Fuente: Ubícate
Una
entre las tantas calamidades que trajo el fujimorato a nuestro país y a las generaciones venideras
fue la perversión de la moral pública. El fin que justifica los medios, el todos
contra todos, el éxito a toda costa -no importando si en el camino quebramos
principios, instituciones o personas-, la mentira como medio de cambio, la
negación del otro y de las verdades, el no llamar las cosas por su nombre, la
componenda clandestina, la comisión por “negocios”, el reglaje de los
opositores, la denigración del que piensa distinto a uno, el arrasar como medio
de avance, la no construcción de consensos. La lista podría continuar.
Los
casos criminales, algunos ya están judicializados y por esos delitos (no
errores) Fujimori, Montesinos y muchos de sus cómplices (pero no todos) purgan
condenas en la cárcel. Otros delitos y otros cómplices esperan juicios y el reconocimiento
de los delitos. Pero alguien podría decir que no todos pueden pagar por los
responsables directos, pero si se asume un proyecto político que reinvidica el
pasado lo mínimo esperado es el reconocimiento y la solicitud de perdón y hacer
lo posible para que los presuntos culpables sean juzgados y las víctimas tengan
una reparación moral y económica.
A
estas alturas de la elección no podemos mover al fujimorismo de su cómodo
primer lugar. La lucha continua para la segunda vuelta.
Pero
si creen que el fujimorismo ha cambiado entonces cómo se pueden explicar las
decisiones del JNE; el psicosocial del “Golpe de Estado” que circuló por
Whattsapp y las redes sociales horas antes de la marcha contra otro 5 de abril;
o, las revelaciones sobre los aportantes de la campaña de Keiko en los Panama
Papers.
Otra
pregunta que no se quiere responder es por qué miles de personas salen a la
calle a protestar contra solo uno de los candidatos, Keiko Fujimori, por qué
cientos de intelectuales y académicos firman una carta sobre la misma candidata
y no contra otros.
La
respuesta podría estar en que a diferencia del resto aquella candidata
representa una buena parte de la política peruana más nefasta (la otra es Alan
García, pero de aquel se encargaron Fernando Olivera y el menos de 5% de
intención de voto) que muchos de nosotros no queremos repeir pues el
fujimorismo rela no ha desaparecido permanece agazapado, en estado latente,
esperando nomás limpiarse por la vía electoral para mostrarnos su más toxico
rostro.
Por
eso, #KeikoNoVa