Foto del muro de Facebook de Heduardo Rodriguez
Fuerza
Popular funciona como una empresa donde Keiko Fujimori sería dueña de la marca,
Joaquín Ramírez su tesorero y Jose Chlimper haría las veces de CEO. Sería una
organización organizada y compartamentalizada (si cabe el término). Fuerza
Popular tiene una misión: el poder y de su visión prefiero no ahondar.
Por
eso, carece de doctrina ya que tiene objetivos y metas. Del mismo modo no logra
acuerdos políticos de consenso, consigue alianzas estratégicas, sin importar de
dónde proviene el apoyo si le es útil a sus intereses. Eso explicaría sus
adhesiones recientes: mineros ilegales, transportistas ilegales.
En
una sociedad que ha crecido en nombre del éxito personal y donde el logro de
metas es lo más importante, no sorprende que en un sector de la población sea
inmune a las múltiples evidencias de corrupción en Fuerza Popular. Cuando el
emprendedurismo ha calado tan hondo, los valores no importan, en realidad no se
conocen y encima no dan dinero.
Valores
como democracia, libertad de prensa o independencia de las instituciones por
eso suenan tan extraños, en una empresa o en una corporación no se admiten las
disidencias, para eso te canbias de trabajo o simplemente te despiden.
Pero
esta reflexión a la inversa conlleva un pequeño problema, pequeños para
aquellos, grande para nosotros. No nos podemos cambiar de país tan fácil (en
todo caso no millones de personas como en Medio Oriente) sin provocar una
crisis de proporciones y el colapso del país y no nos pueden despedir a todos
(deportar o lo peor, “desaparecer”).
En
este país debemos convivir todos y nos queda claro que las cosas como están,
con una corrupción rampante y el narcotráfico infiltrando todo, nos llevan a un
inviable modelo de sociedad. Nos ha costado mucho en término de años de vida
perdidos, de muertes y colapsos económicos para volver a un régimen totalitario
que persigue y destruye la disidencia, que deforma la verdad en su provecho,
que toma el Estado como un botín y una estructura catalizadora de sus propios
negocios o los de sus secuaces y leales seguidores.
En
cierta medida, la campaña de Keiko Fujimori ha reeditado la campaña de su padre
contra Mario Vargas Llosa, repasen las mentiras, la manipulación de la
información, el desprecio a las denuncias, el populismo sin vergüenza, el
ataque venal basado en la construcción de pruebas falsas. Keiko es su padre si
no nos hemos dado cuenta, pero 25 años después.
La
sociedad es otra, le quedan las cicatrices de la oprobiosa dictadura y por lo
tanto desde un sector no despreciable, nos encargamos de recuperar la memoria, de
luchar por las libertades y por el deseo de una sociedad mejor, la que todos
merecemos. Pero del otro lado, los esbirros de la dictadura se han reciclado y otros se han diversificado. En aras del emprendedurismo arrasan con las reglas democráticas y de convivencia. Otros, sobre todo los del pasado ostentan un ajuar democrático pero siguen siendo sus “topos”, ellos añoran los años del pensamiento único y
del modelo salvador. Añoran la aplanadora del fujimontesinismo.
Ante
esta dicotomía, las elecciones son un plebiscito entre democracia y dictadura
encubierta, entre diversidad en armónica convivencia y totalitarismo,
entre ciudadanos de verdad y consumidores o receptores de programa de ayuda
social. Como en algunos episodios de nuestra vida republicana nos hemos
colocado otra vez muy cerca del abismo, pero ahora la posibilidad de alejarnos
de él la tenemos en nuestras manos o mejor dicho, nuestros votos.
Tenemos
este 5 de junio la oportunidad de implantar un punto de quiebre, de desplazar
al narcoestado y a la corrupción que conlleva, de no caer en la violencia, de
sentar paulatinamente las bases de una nueva sociedad. Nadie dice que será
fácil. Muchas batallas nos esperan, pero al menos lo haremos en libertad, con
la capacidad de escuchar a todas las voces y de llegar a consensos.
De
eso se trata este domingo, de construir un Perú mejor.