En cierto hospital -que es
donde trabajo- suceden cosas extrañas, lo que no es raro en la administración pública,
pero esta vez la sucesión de errores pronosticaba malas consecuencias.
Desde la gestión previa se ha
notado cierta animadversión hacia el departamento de Medicina Interna, comentarios
hostiles, cambios de horario entre otras cosas fueron una muestra de la
actitud de las autoridades.
Esta gestión, que mantiene
buena parte de los cuadros de la anterior, con algunos matices ha continuado la
línea trazada previamente. Un cambio sin fundamento técnico en los turnos de
Consulta Externa parecía destinado más a crear malestar que a aumentar el
número de consultas.
Lo insólito viene después.
Un siniestro involuntario ocurrido
hace un mes motivó la evacuación de dos servicios. Las primeras medidas fueron
efectivas en la contención de daños y la redistribución de pacientes a diversos
ambientes. A pesar de aquella buena disposición, los pacientes de mi servicio
terminaron en un ambiente recién remodelado, que pretende ser una nueva sala de
hospitalización pero que tiene un gran defecto: una pésima ventilación. Siendo
la tuberculosis pulmonar una enfermedad hiperendémica y siendo los servicios de
Medicina Interna (y subespecialidades) depositarios de estos pacientes no es
una medida inteligente ni sanitaria confinarlos a un ambiente con escaso
recambio de aire que pone en riesgo a otros pacientes, personal de salud y
visitantes.
Y aquí viene lo kafkiano.
Nuestro servicio solo tuvo
contaminación por humo. Las investigaciones determinaron que no había
desperfecto en las instalaciones eléctricas, por lo que asumimos pronto volveríamos a
nuestro ambiente original. Sin embargo, el director dispuso esperar y aprovechar
las salas vacías para hacer una limpieza profunda, dar una mano de pintura y
arreglo de interiores, cambio de luminarias y refacción de sanitarios antes de
regresar. Lo que nos pareció razonable. Dentro de la adversidad habríamos
ganado un servicio remozado.
Sin embargo, los días pasaban,
no solo gracias a la proverbial pereza del personal de mantenimiento que concluye sus
labores tarde, mal y nunca. Luego de casi dos semanas de insistencia, esperábamos dos posibles desenlaces: ya sea
que coloquen un sistema de ventilación apropiado en nuestro ambiente temporal o
que concluyan la remodelación de nuestro servicio original. Finalmente conseguimos el visto bueno para retornar.
Pero solo para trabajar con la
mitad de camas.
A partir de entonces, el
director utilizó una serie de argumentos para que no ocupemos la mitad de los
ambientes: que faltan focos, que esperemos a que lleguen camas nuevas, que
faltan colocar unos vidrios, etc. antes de recuperar nuestra capacidad operativa
completa. Paralelo a ello, comenzaron a llegar rumores de que el servicio
vecino quería ocupar, mejor dicho quitarnos la mitad de nuestros ambientes.
Felizmente ese intento no prosperó.
Pero pasaban los días y no ocupábamos
nuestra sala plenamente.
Hace unos días de manera
fortuita, nuestro jefe, durante la visita de una autoridad gubernamental, se
enteró por boca del mismo director la existencia de una agenda oculta: aquella
sala vacía y negada para nosotros mediante órdenes verbales del director –quien
nunca emitió una directiva o memorándum al respecto- sería destinada a
pacientes con tuberculosis multirresistente (TB-MDR).
Allí se cayeron las caretas y
comenzó nuestro vía crucis.
Abrir una sala de este tipo conlleva
no solo riesgos de contagio sino cercenar un sector del departamento de Medicina
Interna, cuya capacidad operativa completa es un complemento a las atenciones
del servicio de Emergencia. Cerrar parte de este circuito genera un embalse
innecesario de pacientes.
Por otro lado, no es fácil
abrir una sala para TB-MDR, hay una serie de requisitos técnicos que no existen en las salas de medicina:
sistemas de extracción y filtros de aire, así como luz UV con salas cerradas para evitar
la diseminación de bacilos MDR.
Lo otro es más penoso, el
director defraudó la buena fe de quienes confiaron en él (yo no). Sus dilaciones
me hacían pensar más en explicaciones pueriles que en las de un profesional.
Además, con el tiempo se cumple mejor eso de “piensa mal y acertarás” y uno
aprende de la experiencia propia y ajena.
La controversia sigue
pendiente, la correlación de fuerzas supone un nuevo conflicto, innecesario, pues nuestras energías debieran de estar enfocadas a la resolución de otros
problemas, a cómo mejorar la atención de nuestros pacientes y por el lado de las
autoridades a subsanar las deficiencias crónicas como la falta de un tomógrafo
y otros equipos.
Aquí parece no haber un plan
maestro de desarrollo del hospital, sino el producto de acuerdos tras
bambalinas en base a los afectos o desafectos de determinado equipo de gestión.
Eso no le hace bien a la salud pública. No se puede crecer a costa de otros, a
convertirse en parásitos de los propios colegas, ni desvestir un santo para vestir otro. Puede darse
el nombre que se guste, el resultado siempre es el mismo. Se ha hecho todo mal
y a espaldas. No es una buena gestión desatar conflictos, invadir espacios que
funcionan, actuar como reyezuelos impartiendo órdenes verbales sin emitir
documentos técnicos y consensuados. Así no se avanza, se retrocede y
desarticula lo poco bueno establecido.
Y cuando la trama es oscura,
iluminarla es una forma de desaparecerla.
Así se han lanzado los dados,
esto continuará.