Fuente: NY Times
Desde
hace un par de años la publicidad sobre las fórmulas lácteas para infantes
enfatiza su con ácidos grasos omega 3 (poliinsaturados).
Se
sabe que estos ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga, Docosahexanoico
(DHA) y Araquidónico (AA), son parte esencial en el desarrollo de los circuitos
cerebrales y el tejido de la retina (que es tejido nervioso).
Pero
también se sabe que tales nutrientes son proveídos por la madre a través de la
placenta y luego al nacer a través de la lactancia materna. Asimismo, existe
una sólida evidencia que demuestra que los niños amamantados por su madre
tienen una clara ventaja nutricional con un mayor desarrollo cognitivo y de la
retina sobre los alimentados con fórmulas lácteas.
En
vista de tal evidencia en los Estados Unidos se aprobó la suplementación de las
fórmulas lácteas con DHA, acaso por la baja tasa de amamantamiento en ese país
(de 34.6 en los 80 a 49.9 en la primera década del siglo XXI de niños
amamantados al menos una vez). En el Perú 70% de niños reciben lactancia
materna exclusiva por seis meses.
Las
fuentes naturales de estos ácidos grasos son las algas marinas y pescado –sobre
todo los de agua fía- para DHA y de carne roja o de pollo así como yema de
huevo para AA. Se recomienda entonces que la madre gestante o que amamanta consuma
entre 250 a 360 gr de pescado por semana (un filete en cualquiera de sus
formas) para asegurarle a su hijo una fuente razonable de ácidos omega 3 y así
permitir un buen desarrollo cerebral.
Basados
en la premisa que una fórmula enriquecida con DHA ayudará a mejorar el
desarrollo neurológico de un infante y por consiguiente su rendimiento
cognitivo (llámese intelectual) es que las empresas de fórmulas lácteas e
incluso las empresas productoras de leche envasada han incluído en su producto
el suplemento con DHA y en su agresiva campaña publicitaria deslizan
subliminalmente la idea que el consumo de sus productos ayudará a tener niños
más grandes y más inteligentes.
Sin
embargo, la publicidad y el marketing se estrellan contra la evidencia
científica. Las investigaciones si bien poseen diseños y poblaciones diversos
ofrecen una tendencia general. Un trabajo reciente de la Biblioteca Cochrane
_la base de datos de las revisiones sistemáticas- ha analizado 31 estudios
controlados –es decir bien diseñados con el fin de evitar sesgos
epidemiológicos- comparando el uso de
fórmulas con DHA contra los que tomaron fórmulas sin DHA. La conclusión más
contundente es que no se encuentra ningún beneficio adicional (ni daño) en los
niños que toman fórmulas con DHA ni en los niveles de desarrollo
neurocognitivo, ni el desarrollo de la retina o el crecimiento corporal al
compararse con niños que toman fórmulas sin DHA, por lo que los autores no
recomiendan el uso de tales fórmulas fortificadas. Otro estudio publicado en la
revista JAMA el pasado 21 de marzo no encuentra ningún beneficio en los niños
que toman fórmulas con DHA en los parámetros antes mencionados, sobre todo en
los niveles de inteligencia (IQ) evaluados durante 7 años.
Lo
preocupante no es que existan productos que aunque inocuos no ofrezcan
beneficios sino que exista publicidad engañosa que empuje a los padres a
consumir productos caros cuando mejor aporte nutricional puede encontrarse en
los alimentos naturales. Siempre es bueno recordar que la lactancia materna
exclusiva es el mejor aporte y que luego de ello las fórmulas maternizadas son
útiles hasta el primer año de vida pero cuyo aporte nutricional es
significativamente menor en un momento en que el infante comienza a comer alimentos
blandos (ablactancia). Adicionalmente es bueno recordar que el desarrollo
cognitivo no solo es fruto de una nutrición balanceada sino de un estímulo
oportuno y apropiado por parte directa de los padres y nunca se logrará a
través de una poción mágica ni un dispositivo electrónico.
Más
preocupante es que no salgan voces autorizadas desde la academia o la salud
pública a sentar las bases de una adecuada nutrición infantil.
Peor
aún, algunos pediatras, acaso inducidos por un contrato con el fabricante o su
distribuidor, no tienen el celo profesional ni la ética apropiada y se prestan
al mensaje publicitario descuidando nociones básicas del conocimiento y
análisis científicos propios de un ejercicio profesional de la medicina.
Estos
profesionales que alquilan su colegiatura serán motivo de un próximo post.