martes, 15 de julio de 2008

El Jefe


Pensé que nunca tendría que referirme a la persona que circunstancialmente padece el cargo de jefe de mi servicio, pero hoy tuve una enésima discusión y confirma que estamos en las antípodas.


Él es el rey de la medianía, el tolerante empedernido a la podredumbre e insensible al progreso. Puede parecer a primeras el idiota de Dostoievski, pero éste, a diferencia del personaje que es ingenuo, no ve mas allá que su propio egoísmo. Es el Avaro de Moliere, el Huevón a la vela de los cuentos de Bryce, el Tiranuelo de la zarzuela, el alcalde tarado de las novelas brasileñas.


Es el débil mental influido por el bufón que lo acompaña como el loro del pirata, llenándolo del destilado verde de la envidia. Es el que acumula, como un loco hebefrénico, papeluchos y regalos inservibles.


Es de aquellos a los que el poder desfigura, acentuando sus pequeñeces e impidiendo crecer como persona. Porque eso es lo que debería ser un jefe, de los de verdad y no de pacotilla, una persona que inspire respeto, que inspire al menos justicia e imparcialidad entre sus subordinados.


Acaso sea una buena persona en su casa, un buen padre de familia, pero como jefe es una desgracia completa, una piedra en el zapato, un mogote en la carretera.


Ni siquiera ha podido emular a otro tonto histórico como Claudio, que llegó a ser uno de los mejores gobernantes del Imperio Romano, luego de ser ungido por la Guardia pretoriana a raíz del asesinato de Calìgula. No podrá decir que no tuvo un modelo pero ni eso logró. Un unánime incapaz, parafraseando a Borges.


Es una pena que lo diga, pero es cierto.


Tenía que decirlo, lo lamento, pero no podía quedarme con la amargura de tragarme ese mal momento de lidiar con las oscuras facetas de la mezquindad humana.