Hace varios años, conversando con algunos médicos estadounidenses de paso por Lima, me preguntaron si el sonido de las alarmas de los carros era nuestro Himno Nacional.
Lo primero que hice fue reírme y decirles que no, luego escuché sus explicaciones: sonaban a cada momento, incluso de noche, y, viniendo de una sociedad donde los derechos de los demás son respetados, el ruido de marras ya se convertía una molestia.
Nosotros, que aun vivimos en una sociedad tribal, podemos decir que es parte de nuestra ruidosa idiosincrasia pero también de lo absurdo del proceder de muchos.
Las alarmas tiene sentido cuando ejercen un efecto disuasivo, pero aquí ya no lo tienen. Suenan tanto, a cada momento, son tan sensibles que con los pasos de una persona o el paso de un carro, se activan, que la reacción instintiva es apagarlas.
Lo que es peor, sus dueños no se inmutan, las dejan sonando. Hace un tiempo, me enteré de un caso: el dueño dejó su auto fuera del restaurante, la alarma sonó varias veces y el susodicho no hizo mas que apagarla, al salir de cenar encontró que le habían robado las llantas.
No sé si el tener una alarma sea efectivo, ya que los robos de autopartes ocurren todos los días, incluso en parqueos de centros comerciales, hayan alarmas o no.
Lo patético ocurre cuando el dueño activa la alarma al abrir su propio auto y la deja sonando hasta que lo enciende, en el colimo de la insensatez y falta de respeto por los otros. O lo graciosos, cuando vi en el hospital a unos niños que jugaban a activar las alarmas, al golpear el auto e irse corriendo, una versión digital de te agarra el cuco.
De ser el himno nacional y ser un símbolo de nuestra pobreza como sociedad es algo que ya estoy creyendo.