La huelga médica está
más aburrida que el partido de fútbol entre Irán y Nigeria. Lo peor de todo es que parece que ya
a nadie le importa. Mal concebida, ha sido peor gestionada.
Trasladando el
comentario a términos futbolísticos podríamos afirmar que la selección de
dirigentes huelguitas está constituida por jugadores sin experiencia, en su
mayoría de ligas de segunda división. Más aún, su capitán, de un equipo
recientemente ascendido a primera, parece autoexcluido del campo de juego y
cuando participa lo hace con apatía, sin convicción o reclamando a cada rato el
presunto juego sucio del rival. Hoy me entero que han traído un refuerzo
extranjero, pero no creo que incline la balanza y más parece un “paquete”.
El equipo contrario,
lleno de jugadores insípidos que siguen al pie de la letra un libreto, ha resistido la primera ofensiva y continua
haciéndolo. Entre estos jugadores destaca un volante de contención, que se ha
encargado de destruir la medular del rival. En medio de este partido para el
bostezo, un “blooper” descomunal
(aquel del cumpleaños) se encargó de desarmar la pobreza ofensiva de los
reclamantes.
Mientras tanto, los parciales de ambos equipos
han hecho sentir su presencia. Por el lado oficialista, sus veedores se han
desplegado en diversos escenarios para hostigar al rival, estos funcionarios
que parecen sacados del Mundialito del Porvenir, tienen fallos absurdos como tratar
de descalificar del equipo contrario porque su utilero no usa las zapatillas
reglamentarias. Del lado de los huelguistas, la barra brava conocida como Marea
blanca, provoca disturbios innecesarios y algunas veces hostiga a miembros de
su propio gremio, so pretexto de ser “pecho frío”.
Este es un partido
donde solo se espera el pitazo final y sin descuentos. Donde la tribuna siente
ya la exasperación de la incompetencia de ambos equipos en un partido lleno de
fintas estériles, de gritos inútiles y propuestas incoherentes.
No solo urge un cambio
de jugadores, sino también de dirigentes y estrategias por ambos lados. Para mejorar
no solo se necesitan mejores instalaciones, sino mejores programas, entrenadores, dirigentes y jugadores.
Una revolución total que de no hacerlo nos relegará a las ligas de segunda
división. Ambos equipos están a tiempo para deponer su beligerancia y jugar
bonito. Necesitamos además seguir el fair play. No vaya a ser que la hinchada se termine hartando y realmente haga una
revuelta en pleno estadio.