El
gran problema de los directivos actuales de la Federación Médica, del grupo que
actualmente controla el Colegio Médico y los cuerpos médicos de los hospitales
es que viven atrapados en su propio discurso y conviven con una maraña de
decretos, leyes y artículos que solo ellos entienden, o al menos eso nos
quieren hacer creer.
Los
dirigentes de la huelga tienen serias discrepancias entre lo posible y lo
probable, una cosa es el mundo de las normas gubernamentales y las recomendaciones
de las comisiones multisectoriales que pretenden regular el debe ser, y otra,
la fría realidad del presupuesto y los descuentos de la SUNAT, EsSalud, AFP y
la ONP que licúan cualquier aumento o gratificación. Resultado de ello, el año
pasado aquellos dirigentes que ahora gritan indignados firmaron un acta
aceptando términos que ahora desconocen. ¿Candidez? ¿Cálculo político ad portas de las elecciones del CMP? Lo
tangible es que si han habido aumentos, nimios pero aumentos en sí. Sin
embargo, aquella famosa acta ha traído también la pérdida de algunas remuneraciones
extraordinarias pactadas entre un hospital y sus trabajadores. Culpar a la
Ministra por su astucia es solo una culpa a medias, pues si no se está de
acuerdo en algo y el acuerdo entre las partes huele a perromuerto, entonces no se firma. La dignidad es lo primero.
Por
otro lado, los dirigentes tienen serios problemas en su campaña de comunicación.
El mensaje real para la población es que lo único que nos importa es la
remuneración, llegando al clímax del ridículo con el sueldo por cumpleaños, mensaje
que por sí solo ha matado la huelga. Punto para el ministerio.
Una
huelga médica es impopular en sí misma. Los medios de comunicación están
atentos solo para ver cómo se jalonean policías, médicos y periodistas, en ese
orden o todos juntos, teniendo como telón de fondo los gases lacrimógenos, los
gritos y las cornetas. Esto se sazona en los noticieros magnificando los
conflictos cotidianos de la atención en hospitales o los lamentables
fallecimientos de personas con enfermedades terminales: todas las malas
noticias son provocadas por la huelga.
Por
su parte, el ministerio de salud envía sus esbirros a los hospitales. Con una
frecuencia y severidad mayor que lo normal llegan, con una mirada de extrema
suspicacia, la Contraloría, La Fiscalía, la Defensoría y personal de la SUNASA,
inquiriendo maliciosamente si los médicos estamos provocando un daño adrede a
nuestros pacientes. Sus informes de auditoría, caen en lo ridículo, y permítanme
burlarme, diciendo cosas como: “el médico tal ha puesto su sello en el margen
derecho cuando la norma dice que es en el izquierdo…o… los médicos se han
puesto camisa a rayas incumpliendo la directiva que dice que deben usar camisa
blanca…”.
Los
problemas del ministerio de salud son estructurales pues arrastramos defectos
normativos desfasados y asfixiantes, de los que son responsables los gobiernos
de los últimos 30 años. Todo está diseñado para ser trabado. Por eso y a pesar
de los fondos existentes las compras no se realizan o los insumos no se
distribuyen a tiempo. Si queremos salir del entrampamiento las cosas deben
cambiar, la reforma del sector salud debe ocurrir pronto. El entorno ha
evolucionado hacia una sociedad más afluente y demandante que la actual
estructura no puede satisfacer. Es nuestra responsabilidad cambiar así el
cambio aterre a algunos.
Mientras
tanto, la huelga continúa sin algo consistente por el que luchar. Al parecer el
ministerio va ganando la partida y los dirigentes no saben cómo salir de su propio
laberinto. Aquellos que aman el paradigma de las encuestas deberían preguntar a
la gran masa de médicos que pensamos de todo esto. Pero no lo hacen. Al parecer
prefieren que las cosas “cambien” para quedar igual. Pues la gran tajada de la
salud no está en lo que haga el ministerio o la seguridad social sino en la
práctica privada, que se ha llenado de corporaciones y compañías de seguros que
manejan al médico como un asalariado más. De eso no se habla aún, pero creo que
ya es hora de tratarlo con seriedad.
Hay
que apurarse antes que el tema se haga intrascendente a la opinión pública y se
vuelva a hablar de lo que parece importa más: los escándalos de la farándula,
de la gastronomía, de la marca Perú y de lo bien que estamos.