lunes, 11 de agosto de 2008

Oda al Jefe Desconocido


Existen monumentos al soldado desconocido en muchas partes del mundo. Deberían existir reseñas al jefe desconocido, por ejempo, el mío. Que no deja de sorprenderme.

La semana pasada ocurrió un incidente, el susodicho dió permiso a uno de mis subordinados, lo cual no debiera de ser una sorpresa ya que es un evento esperable en un trabajo. Lo raro es que las razones nunca fueron claras para mí, que ni siquiera fui comunicado del hecho y me enteré sólo por terceros al preguntar por su ausencia. Es algo que podía esperar de él, pero lo mas sorprendente fue que para justificarse me contó una fábula: puso cara de serio, engoló la voz y mencionó en un tono ceremonial que el motivo de la ausencia era muy grave y que se vio impelido a otorgar el permiso.

Como las mentiras tienen las ventanas muy abiertas, la verdad se me reveló de una fuente muy confiable: por confesión de parte del propio subordinado.

El asunto ni era tan grave ni el permiso tan intempestivo. Unos oscuros vasos comunicantes entre mi jefe y el subordinado explican el embrollo. Algo que ya sospechaba dado que en los últimos meses me dedico a observar el comportamiento de mi jefe con la pasión que ejerce un científico sobre sus ratones de laboratorio.

Pero lo que no puedo aceptar son dos cosas: la de saltar las instancias, es decir tomar decisiones sin consultar o peor aún sin comuncar a una de las partes afectadas. No podría cuestionar su derecho a otorgar permisos pero si a su silencio cómplice. El respeto para que funcione debe de ir en ambos lados.
Lo segundo, que me parece mas grave y a la vez risible, es la ingenuidad o la soberbia, según como se lea, de pretender que uno se crea las mentiras mas estrámboticas y que las oculte con un secretismo medieval, con un decir las decisiones ya las tomé, no puedes interferir en mis designios y menos aún conocer los detalles.

Eso, que podría indignarme a primeras, me da risa y me hace sospechar que mi Jefe todavía les debe de contar a sus hijos, ya adultos, que Santa Claus existe o peor aún, amenazarlos con el Cuco, y asumir a rajatabla que le creen.

Eso para mi equivale a caminar con el fundillo roto o la bragueta abierta y adoptar aires de superioridad, a quedar como tiranuelo de una imaginaria republiqueta