Hace poco se celebraron 474 años de la Fundación Española de Lima. A causa de ello se hicieron múltiples reportajes en los medios sobre lo que significa ser limeños. Uno de los que capturó mi atención fue una entrevista con el sociólogo Aldo Panfichi, en la entrevista se mencionó la singularidad de Lima, que por el hecho de no ser un centro productivo sino más bien el asiento de la sede de gobierno colonial y por ende de la burocracia, la ciudad se llenó de abogados, notarios y tinterillos.
Esto influyó definitivamente en la cultura de las personas, puntillosas del detalle administrativo, las firmas y sellos. Esta conducta ha persistido hasta hoy, ya que como también anotaron en el reportaje, Lima tiene mas años bajo gobierno colonial que como republicano, por lo tanto, somos mas virreinales que democráticos.
Lima es una ciudad donde lo que más importa son las formas, más que el fondo, donde importa mas el verbo florido que el contenido de lo que se dice, donde las leyes, normas y reglamentos se aplican con un detalle obsesivo y leguleyo, casi al pie de la letra, sin importar la realidad, como me dijeron una vez, la norma es una horma, que hay que calzarla así colisione con la realidad. La idea es el notifiquese y cúmplase a rajatabla, más que aplicarlas de un modo racional y en beneficio del bien común.
A cierto nivel profesional, sobre todo en el caso de personas rígidas, obsesivas o mediocres, todo limeño saca el tinterillo que lleva dentro y se preocupa de la forma mas que el fondo, de que el papel esté lleno de firmas, sellos y artilugios legales, mas que preocuparse del fondo del problema, como forzando la realidad a las leyes en lugar de hacerlo al revés, como tratar de colocar un elefante dentro de un tarro de mermelada.
Particularmente yo tengo una mala experiencia con los abogados, pero mayor aún con las personas que juegan a serlo.
Así somos.