Por esas cosas del azar, cerca a mi casa vive un cardiólogo. Gordo como una glándula. Me enteré de su existencia por una vecina, de esas tan comunicativas que no faltan en el barrio. Ayer por la tarde lo vi salir de su casa, enfundado en un gorro y una casaca de nylon que lo hacían lucir como una carpa, usaba bermudas y zapatillas. Al parecer salía a ejercitarse.
Me puse a pensar en las incongruencias de mi peculiar vecino, ahora convertido en carpa rodante. Sentado en su consultorio, como Jabba the Hutt, tomando la presión arterial, revisando los paneles de colesterol, recomendando dietas y advirtiendo de los riesgos cardiovasculares de la obesidad y la dislipidemia ¿con qué cara?
En la profesión médica vemos con alguna frecuencia estas incongruencias, por ejemplo como poder recomendar medidas de higiene si el aspecto general no es necesariamente el que se ve en un comercial de jabón, o, la de un neumólogo fumador.
Pero un aspecto mas importante es el referido a la ética, hace poco he conocido algunos casos: uno de un notable, otro de un pseudo notable y de un par mas de desconocidos. Miran y critican los errores ajenos, incluso hacen demostraciones públicas de indignación.
Por supuesto, sus oyentes los escuchan, si no les creen al menos siembran la duda. Cuando uno analiza mas de cerca tal comportamiento descubre que la denuncia obedece a un conflicto de interés por parte de ellos, no lo harían si no fueran a sacar provecho de su acción moralizadora.
Pero lo que mas escarapela es descubrir que uno de los denunciantes sufre del mismo problema del denunciado, al que han quemado en la hoguera de su peculiar inquisición.
Que se puede esperar entonces de tamaña incongruencia, de la doble moral demostrada por el notable.
Solo eso, saber que ni los pergaminos ni la acumulación de conocimiento ni las canas son vacunas contra la inmoralidad.
Si hay viejos verdes porque no pueden haber otros inmorales
Mire a su alrededor, de repente encuentra uno.