El término de Barfly (mosca de cantina) lo escuché la primera vez en mis clases sobre Bukowski, escritor maldito y alcohólico, con un innegable talento para escribir sobre los asuntos indecentes.
Barfly se usaba entonces para describir a esos borrachines que se la pasan todo el día ( y la noche) para tomar licor barato y degradarse en una pendiente infinita.
Por estos días, he redescubierto una especie más en mis recorridos por el hospital: las moscas de chingana.
Una vez mas, quiero excluir a todas aquellas personas que se sientan en una cafetería a conversar y pasar unos buenos minutos en tertulias científicas, literarias o simplemente hablar de banalidades para pasar un buen rato. Muchos de mis amigos lo hacen, así que el mensaje no va dirigido a ellos.
Las moscas de chingana, como las originales que se pasean entre la melaza endurecida de la mesa, el aserrín del suelo o los restos alimenticios, se pasan las horas que deberían de estar trabajando para ejecutar el deporte nacional del maleteo.
Sentados en una mesa, cocinan intrigas, difunden calumnias o maceran su resentimiento y envidia. Son habitúes de la cafetería, restaurante o chingana dentro o cercana a su centro de trabajo y generalmente utilizan las horas que debieran hacer algo positivo, o sea trabajar, para recargar su mala entraña.
Algunos de ellos son adalides de las buenas formas, poseen títulos rimbombantes y hasta tienen RNE.