Acicateados por las ultimas derrotas de la selección peruana, una serie de personajes de la política han decidido cuestionar a los dirigentes de la Federación peruana de Fútbol, con Manuel Burga a la cabeza.
Lo que me queda claro desde hace varios años es que la culpa que no vayamos al mundial es que tenemos malos dirigentes, que se enquistan en el cargo y se aprovechan de él. Los dirigentes son sólo hábiles para los viajes, los viáticos y las gollerías propias del cargo. Un pasaporte a una estación a la que no llegarían por méritos propios. Un estado de cosas donde los dirigentes nunca pierden, sólo el sistema: malos clubes, peores campeonatos, jugadores raquíticos mental y físicamente. Una cultura del fracaso.
Igual sucede en la fauna médica, escondidos en la medianía profesional pero en ciertos casos diestros en las componendas, algunos médicos llegan a cargos privados o públicos importantes. Llegan allí de distintas maneras, a veces por el sentido del hombre oportuno en el momento oportuno, funcionando como piezas de un ajedrez mayor diseñado por el Ministro, Director o Gerente de turno. Para fines no santos claro está, finalmente en la administración pública y en no pocas veces en las sociedades privadas, el hacer el muertito es un negocio rentable, total no se pelea con nadie y la institución navega gracias al piloto automático. Es decir, el dirigente funciona como el "amigo de todos".
En otros casos, ingresa como un pago político para mantener la cuota de partidarios en la institución. Este es un caso peligroso, el susodicho adquiere no solo el poder del cargo sino uno más oculto y perverso, el de las prebendas partidarias. Con ese poder va a favorecer a sus amigos (los del partido) utilizando los fondos de la institución y va a perseguir a sus enemigos, a aplicarles la ley (con los mismos fondos).
En otros casos, surge la especie del bien intencionado, aquella persona que "desea" hacer algo pero que no sabe cómo, y lo peor es que no pregunta, o no se rodea de un buen equipo. Entonces su gestión es una lucha de cándido entusiasmo combinada con malsana inoperancia. Este dirigente es un peligro ya que nadie se atreve a decirle que la está embarrando, nadie quiere sacar al bonachón bien intencionado (total no es un pecado serlo, el pecado es asumir el cargo) so pena de ser el malo de la película.
En otros, el dirigente busca el puesto con un apetito desmesurado, ya que vive en un estado crónico de ayuno (de reconocimiento). No se entiende que es lo que lo moviliza, pero él si lo hace, entabla alianzas insospechadas, confabula y hasta hace berrinches con tal de conseguir un cargo. En los casos extremos, uno no es suficiente y cómo los médicos trabajamos en varias esferas, se dedican a la colección patológica de cargos. Todos a la vez.
Una vez, encima de ellos, todas las especies se comportan igual, ineptos hasta el hartazgo, pero pródigos en las celebraciones. Total, basados en el mal concebido precepto de órdenes médicas, nuestros dirigentes piensan que las acciones se producen al sólo hecho de pensarlas, sin ponerse manos a la obra. Alucinan que basta decir unas palabras y todos correrán a trabajar (ellos no, por supuesto), la respuesta es ya está escrito y asumen que debe cumplirse. Que sus palabras funcionan como las letras del libro mágico de Hogwarts, la escuela de Harry Potter.
Estos dirigentes olvidan o no conocen que para que una institución mejore y desarrolle debe contar con el concurso de los mas aptos, que debe de transformarse continuamente ya que el entorno actual es cambiante. Que debe de tener objetivos claros y al menos metas al mediano plazo, ya que la miopía cortoplacista aquí no funciona. Que debe de ser firme en el cumplimiento de sus actividades, ya que mediatizar las cosas y mantener el pacto infame de decir las cosas a medias no sólo no funciona sino que lleva al fracaso.
Deben de saber además que para hacer tortillas hay que primero romper los huevos, es decir que no todos quedaran contentos con los cambios, pero hay que hacerlos y que las cosas deben decirse claramente. La transparencia es una de las armas fundamentales de toda gestión.
Si alguien se molesta con lo que digo, mala suerte. El pretender tener el agua calma eternamente no ha llevado a ninguna institución a levantarse, el querer a todos de la mano cantando alegremente sólo se ve en las rondas infantiles.
Eso me recuerda que, cuando niño formamos un club de fútbol, nuestros padres nos comentaron sobre los cargos a tener: un presidente, un tesorero, un secretario y vocales. El club no fue a nada, los uniformes lo pagaron nuestros padres, nunca supimos que haría cada quien. Pero la pasamos genial.
Ahora entiendo que hay algunos que aún no han salido de esa etapa.