Esta mañana en el lapso de media hora, conversando con los familiares de los pacientes, volví a estrellarme de un porrazo con la realidad social.
La hija de uno no tenía mas dinero, ni siquiera para los gastos corrientes; la madre de otro, que no reside en Lima, no tenía donde quedarse a dormir, ya que una familiar ya no le permitía alojarla más y el tercero, tenía con su esposa un negocio "informal" de celulares.
Estos son nuestros pacientes por lo general, migrantes circunstanciales en una ciudad cruel, clase media desbarrancada a los estratos D y E, ciudadanos aspirantes que no están dispuestos a cumplir las normas sociales. Lo que importa es sobrevivir, por eso es claro que cuando la necesidad apremia, los valores morales no interesan.
Es cierto que no todos nuestros pacientes son así, pero como grupo son predominantes. A ello se deberían de sumar los eventos colaterales de la pobreza, el analfetismo, el uso de otro idioma, la poca comprensión del lenguaje, la baja instrucción en todos los otros temas generales.
Por otro lado, la visión que tiene el pueblo de nosotros es dispar, nos necesitan pero no confían en nosotros. Los médicos, más por nuestros errores, hemos perdido el aura intelectual y caritativa que tenía la generación anterior.
Nuestras carencias en adaptarnos a la realidad, de mantener la rigidez vertical en el trato con los pacientes, la falla en inculcar valores humanistas en las escuelas de medicina, así como las presiones laborales y económicas a las que estamos sometidos al ser un gremio superpoblado, han permitido, entre otras cosas, que seamos mirados con suspicacia.
Un problema adicional lo constituye la mediocridad a la que han caído los profesionales paramédicos. La proliferación de escuelas de enfermería o de técnicos sanitarios traen como corolario una nivelación hacia abajo. Lo importante no es hacer un buen trabajo sino sólo conseguirlo. El problema ocurrido con la evaluación de profesores no debe de ser mirado como un hecho aislado, es solo una arista de la bancarrota intelectual a la que han llegado algunos círculos dizque académicos. En los casos extremos la atención de salud se ha lumpenizado.
Pero lo mas grave es la Administración. Es bien sabido que los médicos no recibimos entrenamiento para administrar, lo vamos a hacer mal o pondremos nuestras mejores intenciones basados en el sentido común.
En el mejor de los casos, un grupo de médicos se han entrenado en gerencia en salud, pero al parecer el sector publico no es atractivo para los más capaces. En el peor escenario, los puestos importantes son tomados por la partidocracia de turno, por lo general personas inoperantes, inexpertas y dadas a otorgar prebendas en favor de un rédito político.
Por otro lado, al margen de la calidad profesional, las normas burocráticas tienen una degeneración perversa: favorecen la corrupción o la creación de sistemas paralelos que a la larga se convierten formalmente en ilegales. Al final, la frustración de los funcionarios puede degenerar en dejar que los procesos sigan su conducto regular, es decir en la mayoría de casos, tarde, mal y nunca.
Como consecuencia de ello, tenemos hospitales mal administrados, sucios y desordenados, con infraestructura pobre y desabastecidos, con personal mal capacitado y desmotivado.
Ante ello, los más pobres, usuarios de los servicios del MINSA, tienen que soportar esta carga adicional a su condición de enfermos. Los que pueden migran a atenderse al sector privado y compran sus insumos en las farmacias particulares.
Esta es la historia de nuestros servicios públicos de salud, que no ha cambiado sustantivamente en décadas, a pesar de las buenas intenciones y porque no decirlo, también como producto de las malas intenciones.
La llegada de un Ministro no médico al sector despertó, en mi opinión, una oportunidad de cambio. Habiendo trabajado en el ILD, siendo economista, con experiencia ministerial previa tenía las cualidades de interpretar el sector con otros ojos y promover los cambios estructurales que el MINSA clama por años. Para los temas médicos un grupo de asesores bien escogido hubiese cumplido un papel aceptable.
Pero ocurrió lo contrario, se portó como padre maltratador de hijo ajeno y rompió con todos los manuales de manejo de recursos humanos. La ropa sucia se lava en casa, no en la televisión.
Denunció públicamente la existencia de mafias en los hospitales, cuando él, que ya tiene mas de 3 meses en el cargo, es el responsable político de las mismas mafias que denuncia. En todo caso, nos preguntamos ¿qué ha hecho para revertir la situación?
Con el escandalo del Banco de Materiales, donde él fue el primer Ministro de Vivienda y el que recibió la transferencia del gobierno anterior, se quedó callado. Cuando uno tiene el techo de vidrio es mejor no andar por allí tirando piedras.
Ahora ha vuelto a salir en las noticias, ha vuelto a los psicosociales de madrugada, a una cruzada que tiene mucho de hipocresía y poco de eficacia. No contento con ser declarado Persona No Grata a causa de sus exabruptos, ha sido advertido de ser expulsado a patadas si regresa a la región Ancash. Parece una pelea de perrros de chacra. Hay que reconocer que nuestro Papapan mayor ha relanzado la moda de la patadita, para empobrecer aun más el debate político.
Al juramentar como Ministro, PNG asumió la responsabilidad de la salud de los peruanos e incluso se atrevió con compararse a Hipólito Unanue. La secuencia de eventos evidencian que la comparación y el cargo le quedaron anchos, como otras cosas en su vida.
¿Qué mas podemos decir?, Que, éste lúpulo...no pasa!