- Los reactivos o la disposición de equipos de imágenes están ausentes.
- Los medicamentos o no son proveídos por el SIS o los familiares no los pueden comprar.
- Algunos especialistas no cuentan con los equipos necesarios, ya sea porque se malogró hace seis meses y el hospital no lo envió a refacción o sencillamente nunca estuvo disponible tal tecnología.
O sencillamente la demanda hospitalaria es tal que mi paciente debe de ponerse en lista de espera.
Las pocas satisfacciones que uno puede tener no pasan por la boleta de pago. Puede sonar trillado, pero ocurre sobre todo al inicio de la carrera: la gratitud de la gente. Años después tal sentimiento perdura pero pasa además por una sensación un poco egoísta, al menos en mi caso, de acertar lo más posible. El logro progresivo de una mayor eficiencia científica. La docencia bien llevada o la investigación son beneficios colaterales.
Sin embargo, todo tiene un precio: el agotamiento (burn out), un desasosiego extremo por sobrecarga de trabajo. Los médicos no lidiamos con archivos, ladrillos o software, trabajamos sobre las vidas humanas. Recibimos todo su dolor y ansiedad a cambio de mejorar su salud. Un tipo de cambio muy duro. No pocas veces, al lidiar con enfermos terminales, he terminado frustrado y con una extrema sensación de inutilidad. Tenemos una responsabilidad sobre la vida de nuestros enfermos que va más allá de las seis horas que YA trabajamos. El estado tiene una deuda con nosotros, un costo de oportunidad de ser una de las profesiones mas largas y de mayor inversión.
El ser médico en un hospital público es un oficio altamente combustible y el sistema no ofrece recompensas morales. Mas aún, sanciona y asume una posición de padre castrador. Un ejemplo: desde hace meses nuestro inefable alcalde ha bombardeado las pistas de acceso al hospital, provocando tardanzas involuntarias, ¿qué hizo la oficina de personal?, pues colocó penas mas severas a los tardones.
Es cierto, pueden argumentar que hay malos médicos. Existen. Los conocemos. Así como sus malas prácticas. La idea es sancionarlos, que la solución parta de nosotros mismos y no de centinelas improvisados.
Los médicos además somos humanos y susceptibles de pequeñas miserias. La envidia, la inoperancia, la pereza, entre otras, ocurren entre nosotros. En un sistema donde la meritocracia no es norma, la ocurrencia de normas con nombre propio y de jefes mezquinos, puedo dar fe de ello, son moneda corriente en la salud pública.
No es agradable trabajar en un hospital público, muchas veces sucio y maloliente, como en un mercado. Con el sistema de puertas abiertas, ingresa de todo: pacientes, familiares, intrusos y ladrones. Sin espacios privados no existe la confianza para dejar libros, estetoscopios, maletines o peor aún, laptops, desaparecerán como siempre: sin que nadie haya visto nada.
Ante este panorama llueve sobre mojado. Un ministro (?), sí con minúscula, hostiliza y nos ataca ciegamente por la prensa. Ha hecho que la gente desconfíe más de nosotros, en un medio social donde el éxito es castigado. Donde muchos pacientes se sienten a priori con sus derechos maltratados, llegando entonces predispuestos en forma negativa hacia nosotros.
Yo no hago guardias y cumplo con mi turno de consulta, más aún, tomo decisiones sobre el cuidado de mis pacientes mas allá de las seis horas reglamentarias, a través de un celular que pago yo y no el Estado. No soy un médico dormilón y tampoco espero una resolución de agradecimiento. Sólo espero trabajar tranquilo y que mis derechos a gozar de un ambiente laboral saludable sean respetados.
Como el ministro (?) no lo ha logrado, una tarea que no tenía ni siquiera que consultarla al MEF, creo que debería pensar seriemente en salir por la puerta trasera de la historia y renunciar. No es hora ya de disculpas soterradas